Libros de viaje – libros de memoria: El Largo Viaje de Jorge Semprún

Por Darío Guijo

Hoy, en el septuagésimo quinto aniversario de la liberación de Auschwitz, Día de la memoria, propongo la lectura de este libro de Jorge Semprún.

El largo viaje fue la primera obra, publicada en 1963, del conocido escritor Jorge Semprún. Este primer libro no sólo sirvió de inicio a su carrera de escritor, sino que también lo lanzó a la fama, recibiendo el conocido premio Formentor en 1963.

Este libro forma parte de una serie que Semprún dedicó a su deportación al campo de concentración de Buchenwald, cerca de la bella ciudad de Weimar, en Alemania central, y fue uno de los primeros recitos sobre los campos de concentración en ser publicados. Los otros títulos que completan esta cuatrilogía son La escritura o la vida, Aquel domingo y Viviré con su nombre, morirá con el mío.

Los orígenes familiares de Semprún

Semprún, hijo de la alta burguesía española, fue, entre otros ligames familiares, nieto de Antonio Maura; de intelectuales como José María de Semprún y Gorrea; de un alcalde de Madrid, Manuel de Semprún y Pombo (de ahí su lejano parentesco con el escritor Álvaro Pombo) o primo segundo de la madre de la actriz Carmen Maura. Su familia, sin embargo, se unió estrechamente a la República, su padre fue embajador de España en los Países Bajos, donde Semprún pasó su adolescencia, para más tarde instalarse en París, ya como refugiados republicanos. De 1988 a 1991 fue ministro de educación con Felipe González.

Después de acudir al prestigioso y elitista liceo de Henry IV en París, cursó estudios de Filosofía en la Sorbona, y más tarde, ya durante la Segunda Guerra Mundial, se unió a la Resistencia Francesa y al Partico Comunista Español. En 1943 fue apresado y enviado al campo de Buchenwald. Buchenwald era uno de los campos de referencia junto con Dachau, al norte de Múnich, o Sachsenhausen, al norte de Berlín.

Relato del campo de concentración – relato de lo “imposible”

Es precisamente ese larguísimo, duro e inhumano viaje en tren desde Francia al campo de concentración de Buchenwald lo que Semprún cuenta en el libro que nos ocupa. Un viaje que él mismo revive por segunda vez para escribir este libro, dieciséis años después de que aconteciese. Un viaje en el tiempo y el espacio, hacia el horror, la muerte, el dolor; hacia “lo impensable”, “lo inimaginable”, hacia “un agujero negro”, tal y como Semprún escribe.

La puerta de acceso a Buchenwald. Foto: Darío Guijo.

Este también es un viaje hacia la resistencia política y personal, navegando por los largos e intricandos meandros de la memoria, para transformar el recuerdo en verbo comprensible y asimilable, cargado de sentido. De esa memoria marcada por el trauma, el dolor y la humillación, que brota con violencia en el momento menos pensado, motivado por una palabra, un olor o incluso por un recuerdo inconexo. Una memoria que brota en ocasiones de forma clara y cristalina, con una viveza brutal y desgarradora. Otras veces más bien parece un pantano de aguas turbias donde apenas se logra avanzar ni ver.

El libro es una reflexión y un ejercicio en sí mismo sobre el proceso de reconstrucción de la memoria humana, sobre la necesidad del olvido para más tarde lograr recobrar una memoria de un pasado y de un sí marcado y atravesado a fuego por el dolor, el sufrimiento, la violencia. Es también un ejercicio para tratar de salvar el desfase cósmico que existe entre lo vivido por él en el campo de Buchenwald como prisionero y la consciencia que el resto de personas (ahí, fuera del campo) tienen de lo que ha pasado. Un ejercico que se ve doblado por la incapacidad de contar y de ser escuchado, porque la sociedad europea había pasado página y no deseaba leer ni hablar de lo que los supervivientes de los campos tenían que contar.

Detalle de la puerta de acceso a Buchenwald: «A cada cual lo suyo». Foto: Darío Guijo

Es un ejercicio para comunicar lo inimaginable, lo increíble, lo impensable, a quienes no lo han vivido ni han estado para verlo. Es además un manifiesto sobre la necesidad de la memoria, sobre la creación de la memoria personal y social, y sobre todo un acto de vida y de confianza en una humanidad capaz de aprender (y de evitar la reproducción) de lo impensable.

Memoria y búsqueda del sentido de la vida

Es en este esfuerzo por hacer llegar a los vivos, a las futuras generaciones, que Semprún nos hace llegar momentos vividos, reales y sin embargo surrealistas, que nos acercan al abismo de lo que él y otros vivieron, a las profundidades psicológicas y filosóficas de las situaciones narradas en el libro.

Situaciones como la de un preso que, despúes de cinco días de viaje de pie en un vagón atestado dirección a Buchenwald, sin agua ni comida, descubre que en en apenas unos minutos estará llegando a un campo de concentración. Ante su sorpresa, alguien le espeta: “¿Acaso pensabas que nos estaban llevando a una colonia de vacaciones?”.

El roble de Goethe quedó en el interior del campo de concentración de Buchenwald; hoy en día sólo queda la base del tronco. Foto: Darío Guijo

Conversaciones como la que Semprún mantuvo con una señora desde cuyo salón se veía el campo. Una vez que él logró entrar en la casa, ella le preguntó si encontraba acogedor su salón; él le respondió si nunca se había preguntado por qué, a menudo, en la noche, de la chimenea del crematorio salían llamaradas. La señora le respondió que sus dos hijos habían muerto en la guerra, a lo cual Semprún le dijo que ella no podía comparar ni poder al mismo nivel la muerte de sus hijos con la de aquellos que han muerto luchando por la libertad y la justicia.

Pero sin duda alguna, una de las partes más potentes y profundas del libro son esas pequeñas frases, en ocasiones fruto de las reflexiones del autor, otras de las más variopintas conversaciones que mantuvo con todo tipo de personas cuando era preso, y más tarde durante los primeros días de la liberación. Frases, reflexiones que al mismo tiempo profundizan y se expanden, cual piedra lanzada al agua de un lago.

La cantera de Buchenwald. Foto: Darío Guijo

Refleziones sobre la posibilidad (o no) de rehabilitar a los nazis, más concretamente a los miles de SS. Reflexiones sobre qué es el estar dentro o fuera del campo de concentración y cómo comunicarlo, cómo superar la imposibilidad de contar el horror. Sobre cómo ese “estar fuera” del campo, en el que vivían todos esos ciudadanos alemanes, que en ocasiones paseaban cerca de Buchenwald, no implicaba ni procuraba una total libertad, ya que esos ciudadanos alemanes estaban a su vez “dentro” de un sistema. Como aquel SS que vigilaba a Semprún en la cárcel de Auxerre y que antes de despedirse le dijo a Semprún que él tenía elección, porque había elegido unirse a la Resistencia y no desvelar a sus compañeros de lucha, pero él, él no podía elegir, debía seguir trabajando como SS para alimentar a su familia.

Reflexiones sobre la libertad, que en momentos de deprivación extrema, puede tomar la forma de recuerdos, de la capacidad y la voluntad de pensar, de recordar y recordarse, de recordar a otros. Reflexiones sobre la muerte, que nunca es vivida por quien la sufre, sino por quien forma parte del mundo de la persona que muere. Sobre cómo las mirada de los muertos llevan a una pérdida de identidad y a la deshumanización. Sobre la voluntad y determinación de elegir su muerte, de no resignarse a la muerte decretada por los nazis, sino a la que uno mismo puede llegar a elegir. Y en todo caso, la necesidad de vivir la muerte de los otros como base para la creación de una memoria que dé sentido a esas muertes, que evite el olvido del que ya no está, pero que sirva de aprendizaje y de experiencia a los vivos.

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